miércoles, 23 de diciembre de 2009

Papá Noel, en horas bajas


Dicho de forma simplista, la información que aparece en los medios nos puede hacer sentir bien, mal, regular, dejarnos indiferentes o con una sensación extraña, como de que te están tomando el pelo de mala manera.

Hoy me he levantado con una noticia desconcertante, leída en elmundo.es: "Científicos australianos aseguran que Papá Noel no es una buena influencia". Aún me dura la carcajada nerviosa. Según esta gente, el "aspecto y los hábitos de vida" (¿cómo sabrán cuáles son sus hábitos de vida?????) del gordito de rojo promueven, literalmente, "la obesidad, el exceso de alcohol al volante (¿quééééé?) y, en general, un estilo de vida poco saludable". Y se quedan tan anchos.

Ante tales hechos (supongo que probados), los científicos ven necesario un 'acto de enmienda' por parte de Papá Noel, de manera que cambie sus renos por una bicicleta, y sus comidas copiosas con coñac por verduras y agua. Y, de paso, que no explote tanto a sus duendecillos, que mueva más el culo, que se cubra las canas, que pare un rato de darle a la campanilla y que hable un poco más bajito. Pensándolo bien, el pobre hombre no es precisamente un dechado de virtudes, eso es verdad.

Por si esto fuera poco, el doctor Grills (uno de los científicos australianos que se ha sacado de la manga este exhaustivo estudio) mete más leña al fuego añadiendo que "aunque los hábitos de Papá Noel cambian de un país a otro, es común que se le ofrezca algún tipo de bebida alcohólica en las casas". No sé, a lo mejor en Australia se le ofrece cerveza, pero en mi casa se le ha dado toda la vida lechecita y galletas. A lo mejor por eso ha pasado de largo alguna vez...

Pero lo mejor de todo viene cuando dentro de la misma información (que aparece en portada, para más inri) se dice lo siguiente: "Los expertos han realizado esta reflexión tras intentar llevar a cabo, sin obtener resultados, una revisión de la literatura científica sobre el impacto negativo de Papá Noel en la salud pública". O sea, que encima se extrañan de que no haya una corriente de investigación sobre este tema tan preocupante para nuestra sociedad.

Sobre todo, se le culpa de promover la obesidad y de transmitir a los niños el mensaje de que el estar gordo se relaciona con la felicidad y la jovialidad. ¿Pero alguien se puede creer esto? ¿Me quieren decir que teniendo a Cristiano Ronaldo como 'cuerpo de referencia' los niños llegan y prefieren imitar el de Papá Noel, al que sólo ven una vez al año, por muy bonachón y generoso que sea? ¿De verdad los niños menores de 6 ó 7 años (que son los que aún creen en Santa Claus) se preocupan por estas cosas? ¡A ver si no se va a poder estar entrado en carnes, hombre! Es que al final, cada vez que veamos a un gordo vamos a dar por hecho que consume alcohol, se atiborra de comida basura y se pasa el día tumbado en el sofá. En unos años, se modificará el código penal y por fin los barrigudos podrán ser detenidos por ser un mal ejemplo para la sociedad. Así, las cárceles estarán llenas de gordos y más gordos que empapelarán sus celdas con pósters de Papá Noel.

Si al final van a tener razón estos australianos...

jueves, 17 de diciembre de 2009

El jamón ibérico sienta fatal para cenar

Sobre todo si te pones hasta las cejas, como hice yo ayer. Estaba tan contenta dando cuenta del jamón de mi lote navideño que no pensé en las consecuencias que iba a acarrear. Como castigo, he pasado una noche jotera, de ésas en que te despiertas mil veces y que cada vez que te vuelves a dormir tienes una pesadilla más cutre y surrealista que la anterior.

Cuando algo te gusta mucho es difícil ser virtuoso en su uso, es decir, dosificarlo en su justa medida. El término medio no existe. Y claro, abusas tanto que al final te dan pampurrias (y en este caso arcadas) sólo de pensar en el objeto que un día fue de deseo. Y eso pasa con todo en la vida, pero con el jamón, además, que lo sepáis desde ya, se sufren unos desvaríos nocturnos que te dejan K.O. para afrontar el día siguiente con energías. Vamos, que hoy estoy hecha unos zorros, pero he aprendido la lección: tortillita para cenar, bueeeeeeena; jamoncito sin conocimiento, maaaaaaaaaalo.

Y eso que lo tenía todo controlado. Después de hacerme unos cursos on line (básicamente, vídeos de You Tube) sobre el arte de cortar jamón, decidí ponerme manos a la obra. Y aunque no tengo cuchillo jamonero, me las apañé muy dignamente con uno que no uso casi nunca y que aún conserva su afilado. Como una es de naturaleza perfeccionista, toda loncha que no salía presentable para ponerla en el plato, la desechaba comiéndomela. El resultado: cuatro lonchitas para toda la familia en el centro de la mesa, un jamón malherido (las cuchilladas llevan varias trayectorias) y unas ganas de no comer ibérico en la vida que aún me duran.

Pero lo peor ha llegado después. La maldición del cerdo de San Antón ha caído sobre mí y me ha cogido desprevenida mientras estaba en brazos (yo creo que más bien en los pies) de Morfeo. Así que me ha pasado de todo: me han atracado a punta de jamonero en la plaza San Sebastián y me han sisado los 30 euros que llevaba en el bolso; al llegar a casa, además, he recibido la triste noticia del fallecimiento de mis abuelos -otra vez-. Desde ese momento, no he hecho más que llorar y llorar desesperadamente y preguntarme a dónde vamos y de dónde venimos; a continuación, me enteraba, por una llamada telefónica, de que mi medio melón, al que tengo en tanta estima, tenía un negocio clandestino de fin de semana que dejaba mucho que desear. Y bueno, algunas cosas más que el pudor no me deja mentar. Y todo esto ocurría durante la noche, es decir, que estaba trasnochando dentro del mismo sueño, con lo cual, cuando ha sonado el despertador yo ya estaba más agitada que un sonajero en manos de un enfermo de parkinson. Pero sobre todo, con la moral por los suelos. Y así sigo.

No obstante, mi neurona positiva se ha puesto a trabajar y me ha hecho comprender tres cosillas, que obligan a sacar una lectura positiva de la experiencia:

1. Esto me pasa por tener un buen jamón en casa.

2. Una vez acabado, y sin oportunidad de que me regalen otro, el resto del año se presenta tranquilo.

3. Volverán con gusto las cenas sanas y comedidas. Nunca más volveré a subestimar los calditos o la tortilla francesa de un huevo acompañada de jamón (de YORK, of course).

miércoles, 2 de diciembre de 2009

El agujero de la capa de ozono también cumple una función en el mundo


Pues sí, ahora resulta que, después de hablar barbaridades sobre él y sobre los efectos nocivos para la humanidad de las radiaciones ultravioletas, el agujero de la capa de ozono lleva 30 años protegiendo a la Antártida del deshielo producido por el cambio climático. En pocas palabras, que aquí también se cumple la teoría de que lo que es bueno para una cosa es malo para otra. Así es la vida.

El último estudio del Comité Científico de la Investigación Antártica (SCAR, en sus siglas en inglés), titulado 'Medio ambiente y cambio climático en la Antártida', recoge los datos recabados por un centenar de científicos especializados en el continente blanco y destaca la participación del 'British Antarctic Survey' (BAS). Así, si hace 25 años el mundo ponía en el punto de mira al recién descubierto agujero en la capa de ozono y los líderes de las grandes potencias se reunían en Montreal (Canadá) para frenar su expansión, los científicos revelan ahora cómo este fenómeno ha sido capaz de crear un escudo que amortigua el impacto del calentamiento global en la Antártida.

Según informó ayer el BAS, el proceso es muy sencillo: el agujero ha intensificado la incidencia de los vientos fríos en torno al continente helado, en especial los procedentes del polo sur (denominados 'vórtex') y los de poniente, contribuyendo al mantenimiento de las temperaturas habituales de la zona.

No obstante, no todas las regiones se han beneficiado de la misma forma, ya que la Antártida Occidental (tradicionalmente más afectada por el deshielo) y la costa más oriental de la Península Antártica sí han registrado un aumento "leve" de las temperaturas, sobre todo en los meses de verano.

En opinión del profesor John Turner, miembro del BAS, se trata de "una prueba asombrosa de cómo un fenómeno medioambiental creado por el hombre ha sido capaz de aislar a la Antártida del calentamiento global".

Por otra parte, el estudio recuerda que a lo largo de este siglo el agujero en la capa de ozono se irá "curando", con lo que el efecto invernadero podría comenzar a acechar al continente blanco en las próximas décadas, lo que provocaría el aumento de las temperaturas de la zona en 3 grados centígrados.

¿Qué hacemos ahora entonces? ¿Nos ponemos a utilizar aerosoles a lo loco para salvar la Antártida??? ¿Será peor el remedio que la enfermedad? Algo se podrá hacer para evitar una cosa y la otra, ¿no? Qué desazón.

Al menos, tenemos el consuelo de pensar que, hagamos lo que hagamos, bien hecho estará. (¿O no...?)