Sobre todo si te pones hasta las cejas, como hice yo ayer. Estaba tan contenta dando cuenta del jamón de mi lote navideño que no pensé en las consecuencias que iba a acarrear. Como castigo, he pasado una noche jotera, de ésas en que te despiertas mil veces y que cada vez que te vuelves a dormir tienes una pesadilla más cutre y surrealista que la anterior.
Cuando algo te gusta mucho es difícil ser virtuoso en su uso, es decir, dosificarlo en su justa medida. El término medio no existe. Y claro, abusas tanto que al final te dan pampurrias (y en este caso arcadas) sólo de pensar en el objeto que un día fue de deseo. Y eso pasa con todo en la vida, pero con el jamón, además, que lo sepáis desde ya, se sufren unos desvaríos nocturnos que te dejan K.O. para afrontar el día siguiente con energías. Vamos, que hoy estoy hecha unos zorros, pero he aprendido la lección: tortillita para cenar, bueeeeeeena; jamoncito sin conocimiento, maaaaaaaaaalo.
Y eso que lo tenía todo controlado. Después de hacerme unos cursos on line (básicamente, vídeos de You Tube) sobre el arte de cortar jamón, decidí ponerme manos a la obra. Y aunque no tengo cuchillo jamonero, me las apañé muy dignamente con uno que no uso casi nunca y que aún conserva su afilado. Como una es de naturaleza perfeccionista, toda loncha que no salía presentable para ponerla en el plato, la desechaba comiéndomela. El resultado: cuatro lonchitas para toda la familia en el centro de la mesa, un jamón malherido (las cuchilladas llevan varias trayectorias) y unas ganas de no comer ibérico en la vida que aún me duran.
Pero lo peor ha llegado después. La maldición del cerdo de San Antón ha caído sobre mí y me ha cogido desprevenida mientras estaba en brazos (yo creo que más bien en los pies) de Morfeo. Así que me ha pasado de todo: me han atracado a punta de jamonero en la plaza San Sebastián y me han sisado los 30 euros que llevaba en el bolso; al llegar a casa, además, he recibido la triste noticia del fallecimiento de mis abuelos -otra vez-. Desde ese momento, no he hecho más que llorar y llorar desesperadamente y preguntarme a dónde vamos y de dónde venimos; a continuación, me enteraba, por una llamada telefónica, de que mi medio melón, al que tengo en tanta estima, tenía un negocio clandestino de fin de semana que dejaba mucho que desear. Y bueno, algunas cosas más que el pudor no me deja mentar. Y todo esto ocurría durante la noche, es decir, que estaba trasnochando dentro del mismo sueño, con lo cual, cuando ha sonado el despertador yo ya estaba más agitada que un sonajero en manos de un enfermo de parkinson. Pero sobre todo, con la moral por los suelos. Y así sigo.
No obstante, mi neurona positiva se ha puesto a trabajar y me ha hecho comprender tres cosillas, que obligan a sacar una lectura positiva de la experiencia:
1. Esto me pasa por tener un buen jamón en casa.
2. Una vez acabado, y sin oportunidad de que me regalen otro, el resto del año se presenta tranquilo.
3. Volverán con gusto las cenas sanas y comedidas. Nunca más volveré a subestimar los calditos o la tortilla francesa de un huevo acompañada de jamón (de YORK, of course).
jueves, 17 de diciembre de 2009
El jamón ibérico sienta fatal para cenar
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3 comentarios:
Recuerda que con el marisco y otros ricos ricos alimentos pasa algo parecido. Así que anda con mucho ojo en las próximas celebraciones.
No se si te servirá de algo, pero quiero contarte que anoche cene un danone y una fruta, y también he soñado unas cosas...........
A lo mejor no ha sido el jamón. Igual es este tiempo que hace en España, que no estamos acostumbrados y luego pasa lo que pasa.
SARITA!
COMO HAS PODIDO CAMBIAR NUESTROS SÚPER "BIG MAC" POR JAMÓN? ESTÁ BUENO, PERO EL BIG NO TE SENTARÍA MAL JAJA!
BESITOS!!
FELICES FIESTAS!!!
SUSANA B.
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