jueves, 18 de noviembre de 2010

La felicidad también se cultiva


Si eres feliz, quizá es porque lo lleves en los genes. Los seres humanos, a lo largo de la historia, siempre hemos intentado indagar en las claves de la felicidad. Sin embargo, hace muy poco que esta búsqueda ha dado el salto al mundo científico, en un intento por encontrar herramientas para detectar, cuantificar y analizar la felicidad y su repercusión en nuestras relaciones con las demás personas en particular y con el mundo en general.

Aunque todavía no puede decirse que haya un termómetro para la felicidad, a algunos, la propia naturaleza les ayuda. Según algunos psicólogos, "las circunstancias que rodean la vida de cada uno no influyen tanto en la felicidad personal como los genes (hay gente que nace más feliz que otra) o cómo uno se toma las circunstancias que le rodean".

Así, aunque uno no cuente con la mejor herencia genética del mundo en términos de felicidad, no todo está perdido, porque la forma en que uno analiza o se toma lo que le ocurre influye muchísimo en su felicidad. De hecho, Eduardo Punset considera que el gran reto que nos queda por delante como sociedad es poner la semilla de la felicidad en las personas: "Hemos descubierto nuestra capacidad para incidir en el cerebro de los demás y, por experimentos concretos, hemos descubierto que hay una ventana crítica entre los tres y los ocho años para hacerlo; así que si queremos adultos altruistas, solidarios, menores niveles de violencia en la sociedad, hay que volcarse en el aprendizaje social y emocional de los niños en estas edades".

¿Y cómo se hace esto? ¿Cómo se planta la semilla de la felicidad? Desde luego, se puede aprender a ser feliz, pero es un trabajo duro. Sería algo así como intentar perder peso o mantenerse en forma. Y para ello, primero tendríamos que averiguar dónde está nuestro 'punto de ajuste de la felicidad'. Si es bajo, hay que esforzarse, cambiar los hábitos y practicar durante toda la vida. Y es que la clave está en pasar a la acción siempre con ilusión y determinación.

No importa cuántas cosas tengas. De hecho, el dinero (una vez que se supera un nivel de subsistencia mínimo, claro está) es uno de los factores menos relevantes de la felicidad, según Punset. Lo que verdaderamente importa es la relación personal, tener el sentimiento de que controlas tu vida o la sensación de que te estás sumergiendo en un proyecto que te interesa.

El no tener miedo, el disfrutar de las cosas simples y exprimir el camino es una tarea difícil pero no imposible de realizar. Sólo tenemos que aprender a aprovechar las cosas que nos brinda el día a día mientras buscamos un objetivo concreto. A veces, nos obcecamos tanto con una meta que cuando la alcanzamos nos quedamos vacíos.

Al final, todo es cuestión de asumirlo y ponerse manos a la obra.

1 comentario:

En el camino dijo...

¡La felicidad cuesta, y aquí es donde vamos a empezar a pagar con sudor! Estoy de acuerdo, hay que tomarse muy en serio la tarea de aprender a ser feliz, porque nadie dijo que iba a ser fácil.